“Con el escudo o sobre el escudo” decían los espartanos de la antigua Grecia, para graficar la victoria o la muerte, el retorno victorioso o sobre el escudo como lecho. La misión es el faro luminoso que guía el camino a la victoria, se repite en las escuelas del Ejército. Un militar vive por una misión o muere en el intento, pues su cumplimiento expresa el máximo compromiso con la patria.
Por ello la formación y el ethos son diferentes. Militares y policías tienen tareas privativas, exclusivas que erróneamente se ha intentado equiparar a las de cualquier funcionario público. Ningún funcionario firma un contrato donde refrende dar su vida por la misión, por la patria. Con respeto, no pueden ser iguales. Las tareas administrativas de tiempo de paz no son el quid del asunto de la fuerza pública.
Por cumplir su misión están en la morada final Marko Jara, Juan Valer, Raúl Jiménez, Wilson Cisneros y miles de oficiales, suboficiales y soldados que entendieron por igual que la misión se llama Perú. El coronel Luis Boullosa Chávez cayó con su helicóptero el 23 de enero reciente y su muerte mereció pocas líneas en la prensa como uno más en la caída, pero Boullosa no era uno más.
En 2008 en el Vraem, los terroristas ametrallaron su helicóptero con más de 30 balazos y con heridas múltiples aterrizó en la base de Canayre y consciente de la gravedad pujó hasta Pichari desangrado, con los últimos hálitos de vida, sabiendo como nadie que a segundos estaba la muerte. Con su cuerpo y la aeronave perforados seguir con vida era ya un bono de la providencia.
Boullosa, en términos borgianos, hizo de la valentía un decoro y no aspaviento. Pero esta vez retornó sobre el escudo y voló más alto que piloto alguno, hasta el infinito, acompañado del teniente Mayko Quispe, a quien enseñaba el arte de volar más alto y más lejos como diría Richard Bach en la fábula “Juan Salvador Gaviota”.
En las últimas décadas un militar muere dos veces: cuando vuela a la eternidad y cuando la sociedad y su creación, la sociedad política, desconocen el valor del sacrificio dándole las espaldas en juicios interminables, pretendidas inequidades inconstitucionales en pensiones, zozobra constante y mucho más.
Cuesta aceptar cómo, mientras peruanos juran dar la vida por todos y la dan, otros juran por el Perú y viles traicionan su juramento sustrayendo recursos de todos y hunden a la patria en la peor crisis: de valores.
Vuele alto, Boullosa, que hoy en el Perú el hombre sigue siendo el lobo del hombre.