Bienvenido al relanzamiento blog personal de Otto Guibovich Arteaga. www.ottoguibovich.com, te invitamos a leer los nuevos artículos del autor.

30 de enero de 2019

Morir dos veces (Expreso)


“Con el escudo o sobre el escudo” decían los espartanos de la antigua Grecia, para graficar la victoria o la muerte, el retorno victorioso o sobre el escudo como lecho. La misión es el faro luminoso que guía el camino a la victoria, se repite en las escuelas del Ejército. Un militar vive por una misión o muere en el intento, pues su cumplimiento expresa el máximo compromiso con la patria.

Por ello la formación y el ethos son diferentes. Militares y policías tienen tareas privativas, exclusivas que erróneamente se ha intentado equiparar a las de cualquier funcionario público. Ningún funcionario firma un contrato donde refrende dar su vida por la misión, por la patria. Con respeto, no pueden ser iguales. Las tareas administrativas de tiempo de paz no son el quid del asunto de la fuerza pública.

Por cumplir su misión están en la morada final Marko Jara, Juan Valer, Raúl Jiménez, Wilson Cisneros y miles de oficiales, suboficiales y soldados que entendieron por igual que la misión se llama Perú. El coronel Luis Boullosa Chávez cayó con su helicóptero el 23 de enero reciente y su muerte mereció pocas líneas en la prensa como uno más en la caída, pero Boullosa no era uno más.

En 2008 en el Vraem, los terroristas ametrallaron su helicóptero con más de 30 balazos y con heridas múltiples aterrizó en la base de Canayre y consciente de la gravedad pujó hasta Pichari desangrado, con los últimos hálitos de vida, sabiendo como nadie que a segundos estaba la muerte. Con su cuerpo y la aeronave perforados seguir con vida era ya un bono de la providencia.

Boullosa, en términos borgianos, hizo de la valentía un decoro y no aspaviento. Pero esta vez retornó sobre el escudo y voló más alto que piloto alguno, hasta el infinito, acompañado del teniente Mayko Quispe, a quien enseñaba el arte de volar más alto y más lejos como diría Richard Bach en la fábula “Juan Salvador Gaviota”.

En las últimas décadas un militar muere dos veces: cuando vuela a la eternidad y cuando la sociedad y su creación, la sociedad política, desconocen el valor del sacrificio dándole las espaldas en juicios interminables, pretendidas inequidades inconstitucionales en pensiones, zozobra constante y mucho más.

Cuesta aceptar cómo, mientras peruanos juran dar la vida por todos y la dan, otros juran por el Perú y viles traicionan su juramento sustrayendo recursos de todos y hunden a la patria en la peor crisis: de valores.

Vuele alto, Boullosa, que hoy en el Perú el hombre sigue siendo el lobo del hombre.

23 de enero de 2019

La Policía Nacional en la encrucijada (Expreso)


Cuando un policía abate a un delincuente en un país organizado, ordenado, donde el crimen es marginal, el agente es reconocido, la sociedad siente que la seguridad como bien público está en buenas manos y crecen la confianza y el bienestar. Aquí no es así. El suboficial de la Policía Nacional del Perú Elvis Miranda fue recluido por siete meses de prisión preventiva por abatir a un delincuente con antecedentes, quien había sustraído las pertenencias a un ciudadano en hecho flagrante.

Todos los días en el Perú se vulnera el principio de autoridad y la policía en vanguardia lo sufre. Un policía de tránsito puede ser atropellado o arrastrado por un delincuente al volante, recibir una cachetada de alguna furibunda mujer o caer muerto por un balazo y se le sepultará con honores quedando al aire el dolor de esposas, padres e hijos huérfanos. Y se entierra, cada vez, el principio de autoridad policial del uso legítimo de la violencia para defender a una sociedad angustiada por la inseguridad.

Qué decir de los bloqueos de carretera donde la turba anula los derechos de libre tránsito, apedrea policías e impone condiciones. El 2009, 23 policías y diez nativos murieron en el trágico “Baguazo”. Nativos movilizados por instigadores arremetieron contra la autoridad y ningún ejecutor o instigador fue sentenciado. El año 2010, la PNP denunció a más de 3,500 delincuentes bloqueadores de carreteras, 10 llegaron a instancias judiciales, ¿sentenciados?, ninguno.

Hoy la situación es similar, en 2018 fueron asesinados 21 policías y 90 esperan sentencia. Un notable y crítico jurista decía que las leyes estaban hechas para favorecer a los tramposos y cuando se encarcela en un santiamén al modesto “Comepollo” y un expresidente escapa con información suficiente para impedir su salida, coincidimos en que las leyes no favorecen el combate al crimen y cual alacrán se revierten contra quienes lo combaten.

Agustín Laje, politólogo argentino, escribió sobre “la cosificación de la policía” cuestionando que por asuntos ideológicos se deslegitime el uso legal de la fuerza donde el derecho policial no cuenta y se velan por derechos de los delincuentes. Los policías convertidos en cosas a las que se pueden apedrear, escupir, disparar, atropellar, asesinar. No hay derecho.

Los policías no son cosas sin humanidad. Los asesinan, se les cubre con la bandera y se llora por unas horas para decirles adiós. Rescatemos a la policía, dándole el sitial de Señor Policía con herramientas legales y un comando que no haga operaciones con “guantes blancos” creando falsos reflejos en filas. Ello de la mano con entrenamiento serio y obligatorio para no cometer errores con los derechos humanos de todos.

16 de enero de 2019

Fuerza Popular, cuando más es menos (Expreso)


En ciencias militares un importante principio para gestionar fuerzas desplegadas es evitar la sobrextensión, que significa no dispersar en demasía los medios al punto que dificulte el comando y exponga o agudice vulnerabilidades en más de un frente y aplica también en lo cuantitativo, cuando el número de personas a gestionar es muy grande arrecian dificultades. En tiempos napoleónicos con el pueblo en armas y cientos de miles de hombres en filas, surgieron los estados mayores como recurso de gestión. Decenas de ejemplos ilustran las derrotas de quienes vulneraron este principio y alguien quien mucho cuidó de él, Napoleón, cayó en Waterloo por pisar el mismo palo resbaladizo que marcó su fin.

En el Perú, el terrorismo intentó abarcar más territorio para evidenciar avances hacia su llamado “equilibrio estratégico”, cosechó sensaciones de crecimiento y omnipresencia entre sus mesnadas, pero en realidad el terrorismo se sobreextendía y sus gavillas escapaban más y más al control central (factor distintivo) y descoyuntados crecieron en violencia contra la población en su cadena de inicio al fin.

Este mismo principio puede aplicarse a la política y en particular a Fuerza Popular (FP), partido que cosechó una de las cifras más grandes de congresistas en la historia democrática del país. FP fue la agrupación donde recaló el fujimorismo en una metamorfosis iniciada con Cambio 90 y que pasó por varias agrupaciones, algunas solo estructuras de oportunidad eleccionaria. Finalmente, formalizaron un partido de alcance nacional desplegado como pocos, sumando partidarios y candidatos hasta lograr un récord de representación.

La numerosa representación congresal no tuvo su correlato en un liderazgo que exprese visión compartida o una agenda país que los una en torno a objetivos y no en lealtades, ni en los filtros que evite la puerta franca a impresentables que menoscabaron a la política y al país. A ello se puede sumar la falta de un pegamento ideológico más allá del reconocimiento a lo hecho por AFF. La diáspora entre acusaciones de traición, nada extraño tampoco en la política peruana, fue solo cuestión de tiempo.

La teoría y praxis demuestran que las organizaciones fuertes y duraderas tienen tres elementos fundamentales: recursos materiales y humanos, recursos conceptuales y fundamentalmente capacidad de gestión de lo anterior. Crecer sin aglutinar ese crecimiento semeja una hinchazón temporal que termina por desinflarse. En el caso en mención, más fue menos. La lección a aprender por los políticos que pretenden gobernar el Perú es apostar a que menos sea más o que eventualmente más, deba ser óptimamente gestionado. El fiasco es la alternativa y el Perú no es un tubo de ensayos.

9 de enero de 2019

Autonomía y zafarrancho (Expreso)


La teoría contempla la división del Estado en tres poderes clásicos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, con fines de balance y con responsabilidades definidas. Además, el Estado peruano tiene roles cuyo cumplimiento le asigna a diversas organizaciones y diez de estas son consideradas constitucionalmente autónomas, entre otras razones por lo especializado del servicio que provee al ciudadano. El Ministerio Público (MP) es uno de ellos.

Zafarrancho es un término polisémico y así como se refiere a protocolos de aprestamiento en mar y tierra, también es sinónimo de riñas, caos, confusión, desorden en general. El pandemónium que vive el país en los últimos tiempos tiene mucho de zafarrancho y algunos interesados anhelan que estas contradicciones se agudicen y su resonancia mediática arrope a quienes le fallaron al Perú.

El Ministerio Público por segunda vez en cuatro años tiene un fiscal de la Nación en el centro de la polémica. Carlos Ramos Heredia en 2015 fue destituido por el Consejo Nacional de la Magistratura (hoy inexistente), por vínculos con Orellana, por arrinconar a fiscales que denunciaron al exgobernador Álvarez de Ancash, entre otros. Vuelta la calma, nadie se preocupó en los problemas estructurales de una institución tan importante y un desenlace es el caso Chávarry, quien acaba de renunciar. Y acaso pueden venir más.

La autonomía y la forma como esta se interpreta en algunos de los organismos constitucionales autónomos merece especial atención, pues puede emplearse como una poderosa herramienta de desarrollo para convertirse en organizaciones de vanguardia del Estado (Reniec, BCR, Defensoría del Pueblo, etc.) o con laxitud y en función al agrado, convertirse en trinchera de defensa de intereses haciendo de esta, un coto o un pequeño estado dentro del Estado. Es decir, una aberración.

Un ente autónomo no puede ser un cubil donde convivan individuos y grupos con diferentes códigos de ética o el parapeto de una autarquía burocrática, cuando hoy la noción de sistema y visión compartida al servicio del ciudadano son imperativos que ningún gestor puede esquivar.

El orden es un atributo del desarrollo. No hay un país del primer mundo cuya sociedad se haya desarrollado en un entorno de desorden o de zafarrancho institucional. A su vez, las sociedades son desordenadas si existe un marco de desorden estatal que lo permita o promueva.

El desorden institucional genera oscuridad y bajo esa sombra se encubren cómodas las organizaciones criminales. Ningún país desarrollado logró el éxito caminando en círculo. Organismos constitucionales autónomos sí, pero en un marco de orden y desarrollo si aspiramos a crecer y competir con un mínimo de éxito en la región y el mundo.

2 de enero de 2019

Golpe de Estado (Expreso)


Empieza un nuevo año y en los pasivos del 2018 queda uno que dados los antecedentes históricos debió hacer sonar las alarmas y llamar la atención de todos los peruanos. Un amago de golpe de Estado invadió las redes sociales y fue cotilleo durante días sin merecer un categórico pronunciamiento o las denuncias del caso.

La república nació con golpes. El primero se produjo tan temprano como el 27 de febrero de 1823 con la independencia proclamada y cuando Junín y Ayacucho eran solo perspectiva. El Motín de Balconcillo terminó con una Junta Gubernativa manejada por el incipiente Congreso y dio lugar al nombramiento de José de la Riva Agüero como primer presidente del Perú.

Nuestro primer presidente fue uno de facto. No fue un cuartelazo propiamente sino del retiro de confianza a la Junta Gubernativa acompañado de la recomendación de quién debería ser el presidente y aceptada solícitamente por el Congreso. Digamos, un golpe de Estado cordial. Este antecedente fue el inicio de una larga y turbulenta historia. Desde entonces tuvimos muchos golpes de Estado, un sinnúmero de presidentes de facto y un costo de oportunidad difícil de cuantificar.

¿Qué motiva un golpe de Estado? La historia registra con frecuencia motivaciones ligadas a dos déficits nacionales: institucionalidad e intereses personales o de grupo desbocados. Las instituciones frágiles dejan brechas por donde se filtran los aventureros y no tienen capacidad disuasiva. La institucionalidad sigue siendo frágil en el Perú.

De otro lado están los intereses rapaces que no reparan en constitución ni leyes y que se ponen por sobre ellas. Este déficit puede tener diversas aristas: la conquista ilegal del poder por el poder, como reacción ante presión política o la necesidad de engendrar un gran caos que tape hechos cual cortina de humo. Un golpe para deponer a un gobierno democrático es tan grave que nadie debería siquiera insinuarlo.

Los golpes de Estado son fecundos en generar odios, resentimientos, corrupción, parálisis, sino retroceso. Bien harían quienes intentaron sembrar la idea de golpe en meses pasados, en darse golpes de pecho pensando en el Perú y bien haría el Estado peruano en establecer penas muy severas a quienes apologicen o pretendan soliviantar personas o instituciones en sus intentos de golpe. Estos, atentan contra los intereses superiores del Perú y deben eliminarse como posibilidad para siempre. No hay golpe de Estado bueno.