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17 de febrero de 2012

Continuidad y continuismo en la gestión - La República


Continuidad y continuismo  se refieren a procesos y su diferencia no es menuda. La continuidad se refiere a la “unión entre sí de las partes de un todo continuo”. Es equivalente a estabilidad y regularidad y por tanto deseable en una gestión. Continuismo de otra parte, se refiere al conservadurismo o al “estado de cosas que se prolonga indefinidamente sin indicios de cambio o renovación”. Si el cambio y renovación son deseables y hasta imperativos en estos tiempos, su connotación es negativa.

El sector Defensa en los doce últimos años puede darnos luces respecto a continuidad y continuismo: desde el año 2000 el Ejecutivo ha tenido 12 ministros de Defensa en un sector responsable de instituciones permanentes y vitales en el Estado. Cada nuevo ministro, como es usual, instala sus “personas de confianza” y como parte de un ritual escabroso los nuevos funcionarios buscan  imprimir su sello distintivo y casi todo lo precedente se paraliza o se desestima para aplicar “nuevas políticas de gestión”. Así, la continuidad es pulverizada y el continuismo reforzado, pues no es posible el cambio sin asegurar estabilidad en los procesos.

Además, cada ministro puede proponer o, por orden presidencial, realizar cambios en los comandos de los institutos armados. Por ello en este mismo periodo hemos tenido 12 comandantes generales del Ejército y 10 Jefes del Comando Conjunto. Con cifras similares, pero en el mismo nivel de paranoia, se rotaron mandos en la Marina y la FAP. ¿Qué organización puede ser eficaz en este marco de rotación de personas? ¿Puede alguien pensar que un gerente de una empresa puede ser removido cada diez o doce meses en promedio? Es, sencillamente, imposible.

Si cuatro gobiernos del presente siglo preservan moldes del pasado, significa que el problema es parte dinámica de una cultura política. Quienes toman decisiones perciben la alta rotación de personas como un ejercicio normal sin valorar sus consecuencias. Podría argumentarse que las instituciones son independientes de las personas y funcionan sin importar quién. Es deseable, pero sin duda un extremo. El liderazgo es muy importante en un país donde 12 personas posiblemente tengan 12 estilos y visiones diferentes de gestión.
Es conocido que los partidos políticos no marchan con la época y viven una crisis permanente, cuando deben ser la columna vertebral del sistema democrático.  Viven desfasados respecto de los roles que les compete en una sociedad que cambió y sigue cambiando. La ausencia de cuadros técnicos partidarios, obliga a los gobiernos a buscarlos entre independientes o acudir a canteras ajenas y armar un rompecabezas que se inicia con un síndrome de crisis ministerial en el bolsillo. “Todas las sangres” o “amplia base”, son eufemismos para explicarlos y de ello somos testigos frecuentes.  

 El anterior gobierno mantuvo un solo ministro de RREE en toda su gestión y los peruanos saludamos la labor de la cancillería en ese lapso. En Inglaterra un canciller puede permanecer más de diez años y hasta un entrenador de fútbol, Sir Alex Ferguson, tiene más de veinte en el cargo y con ello muchos lauros. Son cosas mayores. Personas idóneas dándole continuidad a los procesos.

Los organismos autónomos que no dependen de algún poder del Estado son en su mayoría un buen ejemplo del impacto positivo de la continuidad en términos de innovación, empleo intensivo de la tecnología, mejora continua, liderazgo entre sus pares de la región y también en la credibilidad y aceptación de la población. Es que sus líderes no son rotados abruptamente sino en plazos suficientes como predictibles.

Con escasas excepciones, otros sectores del Ejecutivo funcionan del mismo modo, inclusive tuvimos un ministro que duró apenas 24 horas o 14 ministros en Interior e incontables directores de Policía. En instituciones con fines de lucro las consecuencias de la elevada rotación son fácilmente cuantificables y pueden terminar en pérdidas. En el sector público la alta rotación de personas genera costos de oportunidad expresados en la precarización de los servicios a una sociedad o en el continuismo de prácticas obsoletas y con ello, por ejemplo, la imposibilidad de modernización del Estado.

El continuismo es expresión de estancamiento y retroceso. Se consolida cuando no sabemos asegurar la continuidad de procesos. Suena paradójico, pero para cambiar como Estado, no podemos cambiar personas en ocasiones con precipitación. Es indispensable además compartir una visión, con los matices del caso pero en una misma dirección. Y, si es impostergable el cambio de personas, que ello no implique trillar lo hecho pues la mezquindad e incompetencia, refuerzan el continuismo.