La Cordillera de los Andes con una altitud promedio de 3 mil metros le añade al Perú una nueva dimensión de medida territorial ya no solo en kilómetros cuadrados sino también en volumen dado por la variable altitud.
Lo anterior sería poco relevante si de por medio no existiese un amplísimo espacio territorial con decenas de miles de poblados de todo tamaño ocupando espacios lejanos y sin la conectividad indispensable en el siglo XXI y, como sabemos esta, es fundamental para la comunicación, movilización y finalmente el desarrollo.
Esa cordillera que semeja un papel arrugado –que si lo estiramos mide largamente más de lo que aparenta– con sus ondulaciones de picos, quebradas, llanuras, valles comprende un inmenso espacio vital que no hemos entendido a cabalidad como sí lo hicieron nuestros antepasados y por lo tanto no hemos emprendido las estrategias adecuadas para su desarrollo.
Viajar por una carretera altoandina permite observar decenas de pueblos al lado de la misma. Afortunados quienes viven cerca a una vía. No sucede lo mismo con miles de pueblos sin vías que siguen empleando acémilas para transportar lejanamente sus productos si acaso consiguen un mercado porque la gran mayoría sobrevive con el miniagro o pecuario de subsistencia.
El panorama visto desde un helicóptero quizá sea más exacto para reflexionar sobre la realidad de personas en una amplitud y lejanía a los centros del poder que por más descentralización que intentemos, siguen siendo absolutamente lejanos y pobres como lo eran hace 50 años.
El reciente escándalo de violaciones sistemáticas de profesores a niñas del pueblo Awajún en la también lejana selva y que quiso disfrazarse de problemas o rezagos culturales es una evidencia más de cuán alejados estamos de miles de realidades y que nuestras suposiciones son parte de nuestra ignorancia de cuán grande es nuestro territorio y cuán alejados están millones de peruanos para quienes no hay aún la estrategia adecuada para sacarlos de la extrema pobreza, cómplice de las extremadamente malas educación, salud, seguridad y mucho más. Así, ¿cómo?
Pocas autoridades elegidas o funcionarios designados saben lo qué sucede en La Rinconada en Puno o en la isla Santa Rosa frente a Colombia y cerca de Brasil, ni los problemas diarios alrededor de Puerto Esperanza en la provincia de Purus, en Ucayali; tampoco la magnitud de la minería ilegal y su daño irreversible. Menos el crecimiento descomunal de las cuencas cocaleras. ¿Cómo se gestiona un país si no se le conoce en profundidad? La más grande cualidad que todo funcionario peruano cualquiera que sea el cargo que vaya a ocupar e independientemente de su grado académico, debe ser el profundo conocimiento del Perú.
No conocerlo es simplemente mantener el estatus quo que a la velocidad del mundo de hoy equivale a retroceder. Si el mundo de Álvaro Amenábar y Rosendo Maqui era ancho y ajeno, el Perú actual es afortunadamente ancho pero despiadadamente lejano. Somos territorialmente más grandes de lo que creemos pero nuestras incapacidades nos impiden acortar las lejanías.
Se puede y deben introducir nuevas estrategias que con las actuales como decía Martínez Morosini: “no pasa nada”, y el costo es muy alto.