Las operaciones especiales de inteligencia difícilmente son reconocidas por los autores, pues delatan lo más preciado: la estratagema empleada en sus diferentes etapas, que puede involucrar a más de una agencia o más de un aliado. Sin duda, si lo sufre tu adversario, sobran razones para saber de dónde vendrían los tiros. La ciberoperación con beepers y walkie-talkies en el Medio Oriente exige un análisis.
Alvin Toffler, en Las guerras del futuro, afirmó que las formas de guerrear reflejan nuestra forma de producir; en cada etapa de la larga marcha humana, las armas derivaron de las herramientas productivas. Hoy, en la era del conocimiento, las guerras se digitalizan aceleradamente, y basta mirar cómo los conceptos de maniobra terrestre sucumben en los frentes ruso-ucranianos y emergen novísimas “maniobras” aéreas con drones.
Stuxnet es un antecedente cercano en la ya evidente ciberguerra. En 2010, cuando Irán desarrollaba capacidades nucleares amenazantes, sus sistemas de centrifugación fueron infiltrados por un malware que alteró sus revoluciones y, en lugar de uranio enriquecido, por meses Irán solo produjo basura radiactiva. Cuando detectaron el ataque, ya habían perdido varios años y alguien los ganó.
Detonar miles de aparatos de comunicaciones (beepers) en simultáneo implica decenas de sensibles acciones ocultas en el camino: conocer el tipo de equipos del objetivo, sus frecuencias, procedencia, redes involucradas, cadena de suministro, interceptación, colocación de cargas explosivas no detectables, infiltración y control de su red de comunicaciones, activación de la carga con una señal radioeléctrica, los segundos de retardo para que el beeper esté lo más cerca al rostro del operador, y mucho más.
Una operación especial de inteligencia de ese nivel de precisión demanda profesionalismo y una organización con objetivos claros. Ese elevado profesionalismo, a su vez, debe inferirse de un insumo sin sustitutos: el talento humano. Veamos al respecto.
Israel invierte más del 5% de su PBI en investigación y desarrollo, superando a EE. UU., China, Japón y siendo solo comparable con Corea del Sur. Tiene 13 premios Nobel, seis de ellos en ciencias. Según el prestigioso ranking QS, seis universidades israelíes figuran entre las 100 mejores del mundo. Es una potencia en innovación científica y tecnológica, particularmente en TyC, seguridad, defensa y biotecnología. Digamos que su calidad educativa es un proceso de soporte fundamental para otros procesos.
En la llamada Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel marcó un hito en las guerras preventivas, pues derrotó a varios ejércitos antes de ser atacado. Hoy, en tiempos cibernéticos, siembra otro hito en un salto adelante que desafía la naturaleza misma de las guerras. También abre una puerta de alto riesgo, pues cualquier equipo electrónico puede convertirse en arma letal si combinamos voluntad con escasa defensa y protección.
Esta ingeniosa operación cuestiona la linealidad de los frentes en las guerras. Si bien las herramientas cibernéticas no suplirán por ahora las armas existentes, las potenciarán en alcance, precisión y letalidad, en una transición que combinará herramientas de las eras industrial y del conocimiento.
En adelante, la estrategia militar deberá incorporar indiscutiblemente la ciberguerra en sus planes. El camino es sin retorno si la forma de vivir y producir induce la forma de hacer las guerras.