Cuando se critica al llamado socialismo del siglo XXI sus escuderos suelen acusar de supuestas operaciones de descrédito por cuestiones ideológicas entonces se atrincheran en paralogismos y rehuyen el tema de fondo.
El asunto es muy simple: el marxismo en cualquiera de sus versiones de socialismo y comunismo –utópico– es un rotundo fracaso político y socioeconómico y un gran nutridor de cementerios o la causa de millones de exiliados que huyen buscando sobrevivir; es entonces necesario analizar el porqué, antes que esconderse en sofismas y seguir estafando con impunidad.
Es probado que después de la vida el valor más importante del ser humano es la libertad. Libertad para tomar decisiones y ser dueño de su destino, libertad para decidir la forma de gobierno, libertad para entrar y salir de su patria. Libertad que solo la limitan las leyes de convivencia social que protejan precisamente la vida y evitan abusos, violencia y finalmente la muerte.
El marxismo, desde que irrumpió en el poder por primera vez en Rusia con Lenin en 1918, lo hizo por la vía violenta, que con Stalin alcanzó su clímax con millones de muertes. Más tarde en 1949, Mao toma el poder en China también por la vía violenta, en 1959 el Castrismo tomó el poder en Cuba igualmente por la vía violenta. Solo para acotar, estos regímenes lo primero que hicieron fue conculcar la libertad y controlar todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos, llevándolos en algunos casos a niveles de esclavitud.
Luego vinieron los procesos gramscianos de las llamadas “dictaduras de terciopelo”; aquellas que usan la democracia para capturar el poder y después pisotean la Constitución que les sirvió a sus fines. Y una vez controladas las estructuras del Estado hacen a su manera lo mismo que Stalin, Mao o Castro. Odio, mentira y violencia.
Queda para la historia el ignominioso argumento de Hugo Chávez: “la revolución consiste en mantener pobres a los pobres, pero con esperanza porque si los sacas de la pobreza te dejan de apoyar…” recogidos textualmente en audio y video que nadie podrá negarlo. Dos conspicuos seguidores de estas bravatas, López Obrador y Gustavo Petro han repetido la misma infamante monserga que es una condena a muerte a los desvalidos por que la pobreza extrema eterna es morir en vida.
Odio, mentira y violencia han sido el trípode sostén de este marxismo político. El odio de clases para polarizar a los pueblos y confrontarlos, la mentira para estafar a los ingenuos y la violencia sin frenos que les permita sostenerse per secula en el poder. El Perú es un país que ha venido creciendo con fuerza pero lastimosamente los hipos de crecimiento no han sido suficientes para negarles audiencia a los predicadores del odio y la mentira ni a los violentos. La minería que es nuestro principal vector de desarrollo, se estanca pues la violencia le ganó espacios a la sensatez.
El Estado peruano no puede permitir que cabecillas que anuncian que pisotearán la actual Constitución con la que pretenden ser elegidos, capturen el poder ¿qué podríamos esperar de un hipotético régimen extremista a lo Castillo o uno drogadicto como el del asesino de policías? Bueno, la certeza que en la próxima década millones de peruanos deambulen por Latinoamérica como lo hacen hoy los hermanos de Venezuela en búsqueda de su libertad, es decir su camino a la vida. Eso nunca.