El 21 de febrero se produjo un violento secuestro en Chile que no mereció mucha atención a pesar del atentado a los DDHH y al principio de soberanía de los Estados. Fuerzas ajenas a Chile y con posible complicidad interna, realizaron una operación que en su dimensión geográfica, habría abarcado a otros países.
Una supuesta fuerza expedicionaria venezolana cuya magnitud se desconoce, habría ingresado a territorio chileno violando su soberanía ante la inacción de sus servicios de inteligencia que quizá fueron convenientemente marginados; secuestraron al teniente venezolano Ronald Ojeda Moreno, un refugiado político venezolano en Chile quien días después fue hallado descuartizado dentro de una maleta y bajo cemento.
Diosdado Cabello uno de los capitostes de la dictadura madurista, inicialmente vanaglorio a sus mesnadas quienes habrían cruzado tres países sin que nadie lo advirtiera. Operaciones especiales de este tipo se desarrollan en otras latitudes con largos raids expedicionarios pero no había referencias de algo similar en Latinoamérica desde el asesinato de Letelier en 1976.
Un hecho peligroso, que pone en cuestión la valía de los sistemas de inteligencia y contrainteligencia como políticas de Estado en regímenes de izquierda y si bien sucedió en el país del sur nos toca una valoración crítica pues también habrían cruzado nuestro territorio a decir desde Venezuela, sin que se enciendan nuestras alarmas.
La soberanía es entendida como la capacidad unilateral de ejercer el poder en cada centímetro cuadrado del territorio nacional, donde singular importancia tiene la fuerza pública. Lo hecho en Chile constituye un arrasamiento de su soberanía y al haber utilizado nuestro territorio para consumar su fechoría también nos alcanza y es tiempo de abrir los ojos.
No es un hecho aislado si bien inesperado. Las asonadas en Chile y Colombia hace pocos años que sembró muerte y destrucción, demostró una evidente injerencia externa que conduce a los regímenes satélites del Foro de Sao Paolo (FSP)por lo tanto, si ese es un modus operandi que busca someter gobiernos, la intentona tras la caída del golpista Pedro Castillo fue solo el prólogo de algo mayor incubándose en el Perú; mientras tanto, seguimos en el columpio distraídos con escandeletes de fiscales ineptos, ONG intrusas y hoy con el premier del amor; sin entender que vivimos una transición a un futuro incierto pero parte de un libreto déjà vu.
¿Qué hacer? Si Venezuela es la punta de lanza del FSP, es tiempo de pensar en sistemas de defensa cooperativos entre Estados que crean y defiendan la democracia. El Perú fue y sigue siendo un bocado apetecible para el FSP que con Lula en el gobierno de Brasil se fortalece. De otro lado Cancilleria debe escrutar los perfiles de los embajadores de países con gobiernos extremistas o vinculados a ellos y reservarse el derecho a negar beneplácitos si alguno es activista o azuzador extremista. No necesitamos troyanos en nuestro frágil sistema democrático.
¡Cuidado! La captura del golpista Pedro Castillo solo dio al Perú una pequeña oportunidad para enderezar el barco a la deriva de “Perú Libre” y que absurdamente contará con más de 30 timoneles en las próximas elecciones, autoproclamados presidenciables. La política peruana sigue sin rumbo claro y la historia de 2021 puede repetirse por tozudez y egos desenfrenados de muchos que ni siquiera entienden el concierto de amenazas que nos rodea.
La muerte del teniente Ojeda y las ataques arriba citadas mandan un mensaje que debemos saber descifrar oportunamente y no caer en la misma trampa del extremismo izquierdista con cara de oveja y dientes de zorro.
Por Otto Guibovich