En un mundo hiperconectado pero no necesariamente mejor informado surge el espacio ideal para las estrategias desinformativas que cobran relevancia en las relaciones sociopolíticas de un Estado, que a simple vista pasan desapercibidas y solo las apreciamos por sus consecuencias.
El Foro de Davos que congrega a más de 100 países y tiene mucho de económico, analiza también temas globales y ubica los riesgos y amenazas coetáneos en cinco categorías sin ser únicas, por cierto: económicos, medioambientales, geopolíticos, sociales y tecnológicos, relacionados con los fenómenos políticos que suceden en el mundo.
La guerra híbrida concebida este siglo, evita el uso de la fuerza cinética convencional, pero emplea todas las variantes posibles para desgastar y sumir al adversario en una profunda crisis y puede provenir del exterior o del interior del propio Estado y con actores disimiles como ONG, bandas criminales, seudo organizaciones políticas, asociaciones filoterroristas, etc., que operan en una zona gris de no transparencia y no justicia. La guerra desinformativa es una de sus herramientas más usadas.
El arma letal de la guerra desinformativa es la falsa información con apariencia de veraz y las tropas son los enjambres de colaboradores que diseminan la información de consuno, muchos de ellos troles convenientemente adiestrados (¿remunerados?) Y con alcance suficiente para hacer eco de la narrativa y defenderla en cuanta red social quieran, pues todas las tienen disponibles.
¿El objetivo? Lograr que la sociedad que navegan entre lo cierto y lo falso, se polarice en un ambiente tóxico, caótico, sin posibilidad de consensos, un escenario que es además inviable para cualquier inversor serio que aspire a venir al país a generar empleos. Busca también tapar escándalos como emplear subprefectos para crear un partido político, la inoperancia de la justicia o la policía como en los casos de Vizcarra o Cerrón, ocultar negocios turbios o la disparada del cultivo de la hoja de coca que como nunca ha sobrepasado las 100 mil hectáreas de cultivos en el Perú.
Obviamente esto tiene un costo y muchas dudas: ¿Sigue ingresando dinero del Vraem y ahora solventa campañas de guerra desinformativa? ¿Las pandillas bolivarianas actúan motu propio o son parte de una red transnacional financiada desde ultramar? ¿El narcotráfico y la minería legal son parte de este ecosistema desinformativo aciago? Muchas de estas interrogantes las debe absolver la inteligencia financiera y la inteligencia estratégica para desenmascarar de manera puntual a los esbirros del dinero que husmean por más cuotas de poder allá donde ningún ciudadano de a pie, puede. Con dinero y por dinero.
Decía Balmes que los seres humanos podemos ser mero observadores u observadores críticos.
Habría que agregarle una nueva categoría, la de “observador zombie” para muchos que son arrastrados de las narices por narrativas sin capacidad de preguntarse un ¿por qué? al menos.
La guerra desinformativa es vulnerable a la información fidedigna y oportuna que casi siempre y lamentablemente, tarda en difundirse o no tiene el alcance suficiente pues algunos medios de comunicación son parte activa del ejército de narrativas. He ahí el quid del asunto.
Por Otto Guibovich Arteaga