Nuestro país tiene serias deficiencias de distribución poblacional. La costa, angosta y árida que representa menos del 10% del territorio, comprende al 55% de la población y la selva que equivale al 62% del territorio nacional, solo tiene un 13% de la población. La cordillera podría ser la zona más equilibrada entre superficie y población.
Esa disímil distribución genera enormes presiones en la costa y una inmensa ruralidad en selva y sierra. La ciudades costeras son demográficamente densas en espacios reducidos que genera hacinamiento, carencia de agua potable, escaza agricultura que recurre a aguas subterráneas, pobladores sin servicios de agua y desagüe, etc.
Fallamos en entender la importante relación espacio-población en las decisiones políticas. La migración del campo a la ciudad, que nunca fue preocupación ni asunto de estado, creó una situación de equilibrio precario que se alcanzó de manera casi natural, con gobiernos reactivos llegando casi siempre cual bomberos, después del incendio.
Tenemos más de 1,330 ríos de diverso caudal, repartidos en tres cuencas: del Pacífico, Amazonas y del Lago Titicaca y con ello somos dueños del 4% del agua dulce mundial, lo cual no es poco para un país que ocupa el puesto 20 en tamaño geográfico. Pero, más del 90% discurre de oeste a este, es decir de los andes al Amazonas y consiguientemente al Atlántico y solo el 2% en dirección a la costa. Con el añadido que los caudales cada vez son menores por el deshielo y disminución de glaciares.
Hay una desproporcionalidad en la distribución natural del agua, en relación a la distribución "casi natural" de la población sobre el suelo peruano. La costa tiene inmensas áreas aptas para el agro sedientas de agua mientras en la selva la abundancia de agua, paradójicamente tampoco garantiza servicio de agua y desagüe.
La mayoría de nuestros ríos que descienden desde 4,000 metros de altitud hasta los llanos podrían catapultarnos como una potencia exportadora de energía eléctrica limpia a la región. Hasta la posibilidad de ser uno de los graneros de la región a partir de la ecuación agricultura y pisos ecológicos, donde pocos en el mundo pueden hacernos competencia.
Estas posibilidades no dejan de ser una esperanza cuando constatamos como millones de metros cúbicos de aguas estacionales, especialmente las que discurren hacia el Pacifico, son perdidas sin remedio por incapacidad de embalse o ausencia de políticas de tratamiento de aguas usadas donde más del 80% van directamente a contaminar el mar. Qué decir del casi inexistente riego tecnificado o de la población más pobre que debe pagar precios vergonzosos por cilindros de agua.
A pesar de la necesidad urgente de más aguas en la costa, no hemos tenido proyectos de trasvase de aguas de gran envergadura. Olmos puede ser el mayor pero necesitamos decenas de otros proyectos similares que en su recorrido generen energía y luego trasformen los desiertos en campos de cultivo, generen empleo, posibilidades de exportación y mejora de las condiciones de vida de millones de peruanos.
Desalinizar aguas marinas sigue siendo una alternativa muy costosa. Chile, uno de los países que más agua y energía demanda, ve conveniente traer aguas desde las cauces del rio Fuy, en la Región de Los Rios, a 2500 kilómetros de Arica, mediante ductos con capacidad de entre 40 y 100 metros cúbicos por segundo. Ello le resultaría más económico que desalinizar aguas marinas. En el caso peruano cualquier trasvase de aguas seria en distancias menores y más económicas.
Se habla de conflagraciones por el agua y no hay que descartarlas. Ellas empezarían por disputas entre consumidores, agricultores, industriales, mineros, o entre regiones que nieguen apoyo a otras, etc. Agua que en contexto abunda pero es crónicamente mal gestionada.
La mejor enseñanza que debemos extraer del litigio en La Haya, es la forma como se involucra la nación cuando la causa es entendida como un objetivo y política de estado. Trasvasar aguas desde el ande y la selva es un imperativo que merece ser considerado como objetivo nacional y política de estado donde todos, especialmente los políticos, lo entendamos y aceptemos como indispensable para el futuro de las nuevas generaciones de peruanos.
Es tiempo de ver el futuro, pero no el de las elecciones del 2016, sino del 2050 en adelante. La visión “cortoplacista”, hace que los esfuerzos más denodados, no salgan del ámbito táctico y caigan en inconexiones que anulan la visión de conjunto del Perú y los peruanos. Es decir, no nos esmeramos solo en mirar el árbol, veamos también el bosque.