La minería en el Perú, carga una loza muy pesada, en gran medida por referencias negativas como ríos o lagunas afectados y pasivos ambientales sin solución desde la época de la colonia. Hoy la versión moderna de una minería con clara responsabilidad social, resulta frágil en un entorno intoxicado ideológicamente, que apela a estos antecedentes y se apoya en la ausencia de autoridad y liderazgo de quienes deben ejercerlo.
No se puede negar el problema ideológico, consiguientemente político, social y de graves consecuencias económicas. Un sector de la izquierda, sin ser gobierno “decidió por nosotros” que debe parar la industria extractiva y entre ellos, se filtran rezagos de un terrorismo supérstite que cree haber encontrado una agarradera de donde colgarse para sobrevivir o hacer su interface en el tiempo. Salvo el poder, todo es ilusión.
A pesar de este escenario, los estrategas de quienes invierten en minería y del gobierno -anodino cuando se trata de minería- aparecen desconcertados sin entender como viene la amenaza y por donde debe ir la estrategia ganadora. Una breve explicación del porque de esta afirmación.
Al inicio de cualquier proceso minero, siempre existirán dos pequeños grupos en cierta medida antagónicos: los promineros y antimineros. Ambos son minorías y al centro está la gran masa poblacional que inicialmente es neutral y que ira cambiando de parecer y tomará partido por alguna de las opciones que rompa la neutralidad.
Invariablemente en cada denuncio o proyecto de inversión minera va a suceder la misma lucha silenciosa. Inicialmente la población es permeable a los discursos de ambos lados. Del lado prominero y del gobierno se desaprovechan oportunidades generando el vacío ideal para que los antimineros con poca vergüenza realicen campañas con medias verdades y mentiras para generar desafección, desconfianza y finalmente rechazo.
Lamentablemente, del lado de los inversores y del gobierno no se hace una campaña equivalente pues siguen sin comprender que hoy, estos proyectos pasan por ganar la adhesión de la población. Ningún EIA será suficiente si no hay el convencimiento colectivo de las bondades de la inversión, es decir si no se ganó la mente y los corazones de la población. Así será al menos por las próximas décadas.
Hagamos un esfuerzo para entender lo sucedido en el combate al terrorismo en décadas pasadas. La población fue el campo de batalla que el terrorismo busco conquistar concienciando sin ningún contrapeso. Cuando las fuerzas del orden llegaban a las zonas de emergencia eran vistas como enemigos en virtud a esa campaña tóxica. Se ganó, cuando la población inclino la balanza del lado del bien.
Salvando las distancias, cuando una parte de la población se niega al desarrollo del proyecto, niega el diálogo, bloquea carreteras, ataca a la policía, etc., es que se ha llegado a un nivel de cristalización del trabajo ideológico antiminero. ¿Es en ese momento cuando proinversionistas y gobierno deben actuar?. No. Demasiado tarde y solo confirma que la actitud no puede ser reactiva sino inevitablemente preventiva.
Se requiere entender el problema para encontrar soluciones definitivas. Si queremos minería, hay que trabajar desde el primer día con la población para explicar la responsabilidad social que incluye el compromiso de no dañar el medio ambiente, las posibilidades concretas de generación de empleo en el lugar y alrededores y la mejora del nivel de vida de los pobladores, de los beneficios del canon en los próximos cinco o diez años y tantas ventajas que ofrece un proyecto minero responsable.
Es en resumen, una lucha por ganar la adhesión de la población en torno al proyecto y el esfuerzo debe venir desde el mas alto nivel del gobierno e incluye a inversionistas que no pueden dar por sentado el desarrollo de ningún proyecto si previamente no han hecho el trabajo de convencimiento y de negación a las ofertas tóxicas de ambientalistas fundamentalistas, mezclados con exterroristas, y otros grupúsculos que no dudan en usar la violencia cuasi terrorista para sus fines como en Tía María.
Hay que tener en cuenta que el esfuerzo antiminero es sostenido y de gran cobertura, cuentan para ello con una logística impresionante que bien haría el gobierno en investigar sus orígenes. No sabemos para quien trabajan. Si el esfuerzo fuese altruista, buscarían diálogo y soluciones óptimas para ambas partes y no la negativa apoyada en la violencia.
Está probado que los antimineros en general actúan al extremo y para sembrar la desconfianza, el miedo y finalmente el rechazo del proyecto pueden mentir con gran cinismo, ello brinda una oportunidad dorada a la ética empresarial que sustentada en proyectos transparentes prediquen con la verdad porque es real que la minería puede traer grandes beneficios para los peruanos.
Asegurar que los poblados pequeños de alrededores de un proyecto minero, normalmente muy pobres, no sigan siéndolo después de algunos años da una gran ventaja moral sobre los antimineros.
Bienvenidos, al mundo de ganar la adhesión de la población y de negársela a los extremistas, si queremos minería sustentable.