Hay compatriotas que no saben que son peruanos y algunos sabiéndolo sienten que no lo son. Basta con visitar algunas comunidades nativas o campesinas sobre las riveras de los ríos amazónicos, en zonas fronterizas de selva o ubicadas en las cumbres de la cordillera, para confirmarlo. O ser testigos de cómo es que existen grupos de compatriotas que perciben las leyes como imposiciones y no como factores de ordenamiento o regulación de la sociedad que obliga y prohíbe por igual. Es que no todo es igual. Somos una "nación de naciones" en vías de construcción.
Las recientes elecciones trajeron incertidumbre por los diagnósticos, planes y perspectivas. También confusión con el sube y baja de las encuestadoras y hastío de las estrategias electorales que pintaron una polarización agravante. Vino en el paquete, y esperemos para quedarse, la preocupación por la marginación de millones de compatriotas que ambos candidatos finalistas repitieron como prioridad en sus propuestas. Quizá, sea la mayor contribución en este periodo y la democracia deje de ser solo sinónimo de elecciones.
Algunas razones para llegar al siglo XXI con bolsones de pobreza extrema, propios del siglo XVIII, son de carácter histórico hereditario y otras de gestión política. Nuestro país nace a la vida independiente y continúa como un Estado ultracentralista que no miró al interior. Lima, sede del poder central, geopolíticamente se encuentra de espaldas al país. Si el mar fue y sigue siendo la más amplia vía de integración al mundo, Lima no irradia influencia, más bien absorbe poblaciones y recursos. Imaginar que Iquitos y otras ciudades no se vinculan con carreteras o ferrocarriles a la capital, agrede al sentido común. A ello debemos sumarle la conducta de caudillos supinos que mutilaron lo que debió ser un lento proceso de integración, enfrentándonos casi siempre por el poder. El poder para hacer y deshacer.
Perú no tuvo un líder visionario capaz de crear un ideal de país hacia donde la nación pudiese orientarse y el Estado cobre vida. El concepto Estado-nación jamás se construyó y es difícil imaginarlo en un permanente bamboleo político y con abismos de separación y desigualdad social. Hemos tenido y tenemos un Estado hueco, inorgánico, con espasmos ocasionales. Incapaz de adquirir vida, pues tampoco se construyó una verdadera conciencia nacional. No hay fuerzas espirituales colectivas comprendidas y compartidas por todos los peruanos. No hay objetivos nacionales que aglutinen a todos en un solo sentido. Tampoco fuimos capaces de definir el tipo de país y el tipo de Estado que la nación requiere. Un Estado vivo y con conciencia nacional como sustrato habría detectado y sentido propias las desigualdades hace cien años e intentado su solución, pues tenemos enormes recursos y vastedad geográfica.
La exclusión social no es un tema de interés distintivo de la izquierda. Su solución requiere compromisos sin distingos políticos, ya que no hay fórmula fácil para un problema atávico. La solución, o acaso el inicio de la solución, impone "incluir para incluir" a todos los sectores de la sociedad identificados y comprometidos con la reducción de los "abismos sociales" como escribiera Basadre, que no son solo materiales. Caso contrario se acallarán síntomas y los orígenes del problema subsistirán a los intentos de cualquier gobierno, pero el tiempo marchará en contra. Cualquier acción destinada a reducir la brecha de exclusión social deberá comprender un horizonte definido, a partir del cual la asociación productiva reemplace la ayuda y no se genere conformismo y dependencia. La asociacitividad, ancestral costumbre, debe ser estimulada con apoyo técnico y financiero para que el poblador recupere el sentido de ser el dueño de su destino y mejore su autoestima. La ayuda debe ser un medio y no un fin.
Asimismo debemos fortalecer la peruanidad en todo el territorio. La educación es irreemplazable. Pero será mejor cuando no se mienta y frustren expectativas como tantas veces. Cuando el Estado llegue a todos los rincones, cuando se enseñe no solo a leer sino a comprender lo que es el Perú y su marcha incesante, cuando se entienda que tenemos un destino común inevitable, cuando las comunidades nativas y campesinas más alejadas sepan que son parte de la agenda. Cuando entendamos que la diversidad cultural puede generar fricciones agudas si no la tratamos bien, o puede ser un motor sinérgico muy potente si hay un liderazgo honesto y comprometido que vigorice la nación. Es decir, no solo pan sino también reconocimiento para que el futuro de muchos no sea el día siguiente. Cerremos el círculo.