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10 de octubre de 2013

La Ciberguerra que se nos viene


Vivimos en los umbrales de la Ciberguerra. Una guerra de nuevo molde: silenciosa, invisible, aun incomprendida, pero letal y que puede alcanzar una intensidad  comparable a las de destrucción masiva. Vivimos entre redes, bits y bytes que cambiaron y siguen cambiando nuestras vidas.

Alvin Toffler clasificó la evolución del género humano en tres eras: agraria, industrial y del conocimiento. La primera duró miles de años y el tránsito a una superior se produce con la revolución industrial, la misma que considera casi agotada 200 años después. Hoy vivimos la era del conocimiento.

 Según Toffler, cada era adquiere formas particulares de producir, comerciar, desplazarse y también de combatir. De palos de labranza, arcos y flechas, a vapores y cañones. De blindados, bombas nucleares y aviones invisibles, a “bombas cibernéticas". Los artefactos que el hombre produce en cada época para vivir, son los que utiliza para solucionar las ilógicas de sus intereses.

Tres décadas atrás cuando aparecieron las computadoras personales, los científicos se interesaron en ligarlas y “hacerlas conversar”; surgieron las redes y una silenciosa revolución se apropió de nuestra existencia al punto que hoy es imposible desconectarlas, pues nuestra vida está literalmente "on-line”.

Vendedores informales, empresarios, amas de casa, médicos, pacientes, obreros, militares, etc. demandan redes, desde un cajero automático, hasta bases de datos complejas. Vivimos de Internet, en teléfonos, computadoras, Ipad, relojes inteligentes, o cuanto artefacto haga posible trasmitir y recibir datos desde la nube en los confines, hasta donde se le demande. La información vuela, el conocimiento crece y con ello también los riesgos.

La Ciberguerra que ya le empezamos a vivir, no es cinética pues no emplea fuerza física, propia de la dialéctica armada convencional, sino que infiltra objetivos para  sustraer, manipular, o destruir información. O para sabotear o destruir sistemas de actividad automatizada (SCADA: supervisión, control y adquisición de datos). No conquista espacios físicos, pero ataques cibernéticos a centrales nucleares, hidroeléctricas o similares, pueden desencadenar efectos físicos devastadores.

Decisiones cruciales pueden adoptarse, alejados de la formalidad,  en “centros de operaciones” ubicados en una cabina, teléfono, Ipad, laptop, etc.,  al otro lado de la tierra o la vuelta de la esquina. En esta guerra los objetivos militares no son precisamente prioritarios en tanto la sociedad interactiva e interdependiente con servicios sociales críticos en manos del sector privado, convierte a sistemas como el financiero, telefónico, etc., en blancos de alto valor cuya neutralización, paralizaría un país.

También hay niveles de intensidad. Desde escaramuzas, espionaje, inteligencia, golpes de mano o incursiones, sabotajes, hasta operaciones cibernéticas complejas. Una operación notable se desarrolló con el “gusano” STUXNET que destruyó más de quinientas centrifugas enriquecedoras de uranio en la planta nuclear de Irán y retrasó sus planes atómicos. Se le atribuye a EEUU e Israel la autoría sin confirmación por cierto. Manning con wikileaks y Snowden con la NAS de EEUU, pueden dar testimonios iniciales de este proceso evolutivo.

Es paradójico, pero los países más desarrollados son los más sensibles a acciones cibernéticas en tanto dependen mucho del automatismo de sistemas. Hackers desde países subdesarrollados pueden penetrar sofisticados sistemas en países desarrollados. La asimetría en el desarrollo económico, no lo es en conocimiento informático y ello es una gran diferencia.

EEUU, Reino Unido, Rusia, China, Francia, Alemania, Brasil, Israel y otros, han creado en los últimos años, comandos cibernéticos que asumen las operaciones en este etéreo y novísimo frente, distinto a  los convencionales.

Pronto será válido preguntarse: ¿qué es determinante para romper el centro de gravedad y paralizar al adversario?, cruzar una frontera con tropas, helicópteros y aviones o la neutralización cibernética de sus sistemas informáticos de mando, redes financieras, eléctricas, nucleares, etc. Cuando la segunda sea la respuesta, las acciones cibernéticas cumplirán el rol moderno de preparación, de la antigua artillería.

En tiempos de chuponeo, hackeo, krackeo, o de troyanos, virus, gusanos, etc. De leyes cuestionadas o mal explicadas, es importante repensar la seguridad y defensa en un sentido ontológico, dejando de idealizar el pasado que cierra espacios a nuevos conceptos. Borrar viejos paradigmas siempre ha sido más difícil que introducir nuevos.

Se dice con mucha razón,  que los tiempos actuales son un desafío a la capacidad de aprender, pero también a "desaprender" aquello no útil, lo cual nos prepara para reaprender. Los cambios intensos generadores de incertidumbre exigen entender el contexto y empezar el futuro de una seguridad cada vez mas compleja que ahora si, abarca al conjunto de la sociedad y directamente.

23 de julio de 2013

Clase Política y Caudillismo - Lampadia


No tenemos una clase política en el Perú. Un flanco débil desde la independencia misma de la patria y que casi dos siglos después de la proclamación, sigue sin norte. Es el talón de Aquiles de un emprendedor Perú al punto que hoy la economía, remolca a esa política desorientada.
Clase política es definida por Gaetano Mosca, como la importante minoría que gobierna a la mayoría. Aquella que debe tomar decisiones trascendentes, monopolizar el poder y decidir por todos. Con ello, responsable del destino del estado.
La clase política debe ser una élite, calificada, orgánica y requiere de fuerzas nutridas para ejecutar decisiones y diseminarlas en la sociedad. Aquí encontramos el primer problema: no hay partidos políticos sólidos, coherentes, creíbles donde ciudadanos con vocación de servicio recalen y aspiren ejercer el poder como parte de relevos generacionales.
Hay colectivos que desestiman este relevo pues cultivan modelos anacrónicos con guías predestinados y en lugar de líderes prefieren ídolos. Los ídolos insustituibles han hecho mucho daño y es aquí donde encontramos un segundo problema: el caudillismo.
El caudillismo es una ironía del liderazgo y ha sido pauta en el Perú. Líderes con visión estratégica que hayan diseñado un destino superior para los peruanos en el largo plazo siguen ausentes. Líderes políticos sinérgicos de sólido sustento moral, multiplicadores de efectos, escasean. Caudillos y caudillitos proliferan.
El caudillo como antítesis, es el cabecilla que busca excesivas facultades y las confunde fácilmente con prerrogativas y deviene en déspota. Ha sido y es una constante en la política peruana. Fueron caudillos de todos los colores que propiciaron irresponsables episodios en diferentes periodos de nuestra historia. Ese caudillismo supervive como modelo mental.
Lo sucedido en el congreso días atrás pasa por lo descrito. Nuestros representantes, no han tenido visión para entender siquiera el contexto en el que se sitúa la política en la segunda década del siglo XXI.
Grupos políticos acordaron –consenso le dicen- quiénes serían los nuevos funcionarios en tres organismos autónomos del estado. La forma de votación se lo aseguraba y esta resultó una pantomima. Se trata de organismos técnicos y no políticos.
Cuando políticamente se hacen las cosas mal, se generan condiciones para que surjan iluminados con la frase "yo puedo hacerlo mejor" e irresponsablemente alimentamos caudillismos. No se entiende que cada vez existen menos tolerancia y resignación a decisiones burdas en el ejercicio del poder.
Tampoco se entiende que la interacción en tiempo real brinda una nueva dimensión en las relaciones humanas. La sociedad del siglo XXI es interactuante y así como crece la clase media para regocijo de millones, crecen rápidamente las expectativas que se refuerzan en las redes sociales.
Consensos políticos son indispensables para promover mejores decisiones y que mejores peruanos en cada campo sean elegidos, pero nuestra "clase política", minoría, como la llama Mosca, resultó muy pequeñita para darle talla a un mandato demasiado importante y de patético desenlace.
En tiempos de calidad total y de cuidadosa exactitud en los procesos, errores groseros de los políticos en función de gobierno se convierten en generadores de otros errores, una licencia que no se puede permitir, si pretendemos seguir creciendo y desarrollando nuestros claros potenciales.
Ni economía de mercado, inclusión social, minería moderna, competitividad, ni reducción de la pobreza o educación para el cambio, pueden tener visión de estado sin una clase política alejada de viejos paradigmas, que promueva liderazgo con visión de futuro, donde los partidos políticos sean escuelas y se enseñe Perú y el arte de gobernarlo. Difícil tarea pero he ahí un imperativo.